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Deliciosos platillos mexicanos

Guía práctica para visitar Guadalajara (parte final)

martes, 8 de septiembre de 2009

 


(Comenzamos la visita en el post pasado)

A las 8 de la mañana ya estamos casi listos para entrar a la regadera. Un café; protector solar, las cámaras y mis folletos de turismo nos acompañan. Mi amigo prepara mentalmente la ruta que seguiremos y aceleramos el paso. Hay que verlo todo rápido.
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Comenzamos por una iglesia que me deja anonadada. Es majestuosa, alta, en perfectas condiciones... gótica; muy distinta a lo que estamos acostumbrados a ver en México: El Templo Expiatorio. Pero eso no es todo, justo detrás otro edificio tipo europeo nos saluda... pero éste de tipo cívico francés. Los lugareños le llaman “Paraninfo”, legalmente se llama Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara.
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Y luego, sin querer, en las alturas de una pared… una vaca va escalando… una vaca artística, colorida, que recuerda al Cow Parade que hace un par de años invadió la Ciudad de México.
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Pasamos cerca del ex-convento del Carmen, caminamos hasta la Plaza Guadalajara, vemos los palacios, las iglesias y otros edificios que rodean a ésta, a la Plaza de Armas y la de La Liberación. El Teatro Degollado es un edificio hermoso, sello indiscutible de la capital jalisciense… pero, para mí, el Hospicio Cabañas es lo que se lleva las palmas… es con lo que Guadalajara se roba mi corazón. 
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Finalmente nos topamos con un edificio de piedra. Todo pinta bien… es grande, parece fresco (con el calor que hace, ansío una sombrita). Es el Hospicio Cabañas. Compramos nuestro boletito y… patitas para qué las quiero. Recorremos los pasillos hasta que de pronto, por una puerta pequeña, descubro una capilla… o algo que se le parece. Emocionada jalo a mi acompañante (que ha desayunado kilos de paciencia) hacia adentro. Y babeo…
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Las paredes, las cúpulas, los techos están cubiertos por pinturas, por murales de un artista local: José Clemente Orozco. Ahí nomás, diríamos en México. En la cúpula de la capilla está la pieza central de la obra de Orozco en Guadalajara: El hombre de fuego. El artista, sin su brazo, está representado ahí, junto con los cuatro elementos… o tal vez sea un Ave Fénix que alza el vuelo, pero lo que sí se sabe en que todos estos murales se crearon con la finalidad de educar a un pueblo analfabeta y que los muralistas llevaron sus ideales revolucionarios (y socialistas) a la vista de todos. Afortunadamente. 
Después de éste recinto lo que se vea puede parecer pequeño, pero no si se cuenta con la asesoría correcta. Lo que hay que hacer es cambiar de ambiente por completo. El Mercado de San Juan de Dios es enorme, colorido, lleno de sonidos, aromas, texturas y sabores que envuelven todos los sentidos. Lo único que deseamos ya es una bebida refrescante y llenar el estómago.


 
Inmediatamente después, la Plaza de los  Mariachis nos da la bienvenida, aunque esta tarde está muy tranquila, casi en silencio. Mejor, partimos hacia Zapopan.
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Hay fiesta, un danzante falleció y sus compañeros de grupo le hacen un homenaje con plumas, cascabeles y música, justo en el atrio de la Basílica de la Virgen de Zapopan. ¡Qué grande que es! Atestada de gente, de globos, de música… La mejor forma de despedirme de Guadalajara.
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Sólo por 24 horas recorrí estos y muchos sitios más; disfruté de deliciosa comida, me encontré con guapetones hombres de grandes ojos y largas pestañas, me deleité con legendarias obras de arte, aprendí sobre zoología local, pero sobre todo, recordé lo bueno que es viajar con amigos… y, por supuesto, lo útil que puede ser un tripié.


Guía práctica para ver Guadalajara en dos días

martes, 1 de septiembre de 2009

Una guerrera coronada por chorros de agua, le llaman Minerva. Un arco colorido que nos da la bienvenida. Sol. Música de trompetas y guitarra; voces potentes y canciones sentidas. Mariachi.
Bebida que cala la garganta, que aclimata el estómago y el corazón; los aquieta, pero también los despierta. Tequila.
Machos con sombreros, lazos; montando caballos y haciendo interesantes y peligrosas volteretas, suertes. Mujeres con amplios, ampones vestidos; de colores, con listones, montando caballos al estilo inglés, de ladito. Charros y Escaramusas.
Hombres tomados de la mano por las calles. Banderas con los colores del arcoiris en las ventanas; bares y discotecas con bailable música y seres que no estás seguro si pertenecen al género masculino o femenino. Pero bailan; desenfrenadamente, desenfadadamente. Y se besan.
Comida picante, tortas de carne de cerdo en una salsa; que tienes que ayudarte a comer con una cuchara. Una torta ahogada.
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Bebida refrescante, fervor a una virgen. Gente, mucha gente. Calor. “Dame uno con todo, por favor”, le comento al joven que atiende el carrito que ofrece la bebida refrescante más “refrescante” de la región. El Tejuino. Estamos en Zapopan; en una placita sacada de cualquier revista internacional de viajes que describe el típico pueblo mexicano. Estoy con Richie, mi amigo del alma; en su tierra. Me habla con un tono extraño que no le conocía, como si cantara un poco. Así habla la gente de aquí. Así habla Guadalajara.
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No es la primera vez que piso tierras tapatías, no. Hace un par de años nos instalamos en la ciudad proclamando que estábamos haciendo el “archivo de actores y actrices más grande del país”. En el Centro Cultural Alarife Martín Casillas hicimos un casting de hombres y mujeres guapos (la mayoría), y tuvimos oportunidad de conocer algunos sitios de la capital jalisciense.
Pero esta vez es distinto.
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Cuando visitas un lugar, el que sea, generalmente te informas de qué ver; tal vez consigues unos mapas o preguntas dónde se encuentran los kioscos de información al turista (generalmente en el centro de la ciudad). Y entonces vas, conoces esto y lo otro; ensucias tus zapatos, te cansas, te asoleas. Proclamas haber visitado lo más posible en los pocos días que dura el paseo, afirmando que eres un experto en viajes y que te las sabes de todas todas en cuanto a recorridos turísticos se refiere... Pero, la verdad; siendo bien honestos, no hay nada como experimentar los lugares con un nativo. El tiempo alcanza más; los lugares conocidos son los adecuados; los alimentos ingeridos en el restaurancito más escondido y sólo visitados por lugareños no pueden ser mejores... todo cambia. ¡Que vivan los viajes con los lugareños!
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Así que, repito, esta vez es distinta. Guadalajara vista a través de un lente curioso (el mío) y una mente un tanto organizada, -en cuando a travesías se refiere- (la mía); pero guiada por una voz varonil, ronca, suave, amable... y experta. La de Ricardo, “El Richie”, como yo le llamo... el tapatío. Me enseña la tierra que lo vio crecer; la tierra en donde vive.
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Al salir de la terminal de autobuses hago un “escaneo” rápido de los autos estacionados. “Mmmmm.... camión, taxi, taxi, taxi, taxi, taxi, taxi, taxi... ¡oh!, trompita color vino; defensa un tanto descarapelada... ¡Es él!” Corro a abrazar a mi amigo, muy emocionada. “¡Estoy en tu terruño!” y se ríe. Insisto, habla un poco distinto, “¿Por qué cantas cuando hablas, puesn?!”, le pregunto.
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Nos encaminamos hacia su casa. Es un poco tarde pero él es noctámbulo y yo... yo quiero re-conocer. Nos detenemos en Tlaquepaque, pueblo famoso por su artesanía y... lo que veo es muy distinto a lo que espero. Es de noche, ¡diantres!, las tiendas están cerradas. Pero hay vida, mucha vida. El famoso “Parián” es un edificio grande, en donde hay numerosos restaurantes alrededor de un kiosco de pueblo en el que hombres y mujeres que visten coloridos trajes bailan esbozando una sonrisa. Cantan, ríen, se gritan entre sí. Yo me acerco un poco tímida para tomar algunas fotos y me preguntó dónde dejé mi tripié. “¡Demonios, por primera vez lo ocupo en alguno de mis viajes!”
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Parece que esos danzantes la están pasando de maravilla y que los comensales que los miran se divierten también. Uuuuh, huele a alcohol. Hay mucho tequila en las mesas. Pero no estamos ahí para cenar, así que mejor nos alejamos y seguimos caminando. Es una noche rica, no hace frío. Tlaquepaque está lleno de gente y música. Vendedores ambulantes abarrotan la plaza junto al Parián, pero la plaza principal está vacía... bueno, no del todo, los visitantes del día han dejado unos cuantos kilos de basura regada por todos lados. “Los trabajadores de limpia tendrán mucho que hacer durante la noche”, pienso. Hay una callecita que parece traída directamente desde San Miguel de Allende. Tal vez estoy siendo injusta; quizá estaba ahí desde antes de San Miguel, pero me recuerda a aquél pueblo guanajuatense. Es la calle Independencia, donde están los artistas más famosos y ricos de Tlaquepaque. Es encantadora y me pregunto cómo lucirá a plena luz; con todos los viandantes y comerciantes ofreciendo sus productos. Pero no es como un mercado; ¡no, qué va! Es todo excepto un mercado. Amplias galerías de afamados escultores, joyeros y pintores nos miran con las puertas cerradas.
Hay bancos ingeniosos, creativos que nos brindan un espacio de descanso. También hay cómicas esculturas de bronce a lo largo de nuestro recorrido y vuelvo a pensar por qué mi cámara no es mejor... ¡extraño mi tripié! “Vaya, para tomar fotos de noche en Guadalajara se necesita un trípode.”
Este lugar pertenece a la zona metropolitana de Guadalajara, la segunda más grande de México. Las malas (o buenas) lenguas dicen que aquí hay muchas mujeres hermosas. Y hombres guapos. Y gays. ¡Bueno, para todos los gustos!
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De pasada paramos a tomar unas cuantas fotos en el mero corazón de la ciudad. Qué bonita luce de noche. El primer punto es la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres… aunque en mi guía dice: “Rotonda de los hombres ilustres”. Tomo una fotografía y me platica mi acompañante que hace poco cambió de nombre debido a que había una estatua de una mujer entre puros caballeros; entonces se armó una gran polémica por el nombre… ¿ponerle “Rotonda de los hombres y la mujer ilustres”? No sonaba bien. Así que, como en español los plurales son (de todas formas) masculinos; a mí me sigue sonando a que hay puros hombres. Pero no, una damisela se ha colado entre esas figuras doradas que honran a esos oriundos de Jalisco que han dejado huella en la historia.
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Y, para terminar el paseo, un vistazo a la Plaza de Armas. El kiosco de ésta es afrancesado y definitivamente hermoso. Y sí, de noche es un espectáculo encantador, que vale la pena, a pesar de...  “Dios, ¡hay una rata ahí… y ahí… y ahí, ahí, ahí y allá!” Sé que tengo que sacar unas fotografías y maldigo de nueva cuenta el no tener mi tripié conmigo. Mi pedestal humano (el hombro de Richie) está más tranquilo y quieto que la fotógrafa que da brinquitos de terror ante los roedores que pasean junto a los lugareños tranquilamente (los unos y los otros) por la plaza. Nunca en mi vida había visto algo así. En el día, el lugar se llena de palomas, por lo que la atmósfera es muy distinta. Cuando se va la luz, la dinámica de los animales cambia, pero parece que a los tapatíos no les preocupa. Yo, sigo saltando hasta llegar al auto.
Nos vamos a dormir, pues el día siguiente comenzará temprano... y así es.
(Continúa…)
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Tips del viajero:

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