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Deliciosos platillos mexicanos

Día de Muertos: una tradición que se aferra a vivir

martes, 25 de agosto de 2009

siriusfem, dia de muertos


Existen pocas tradiciones ancestrales en México que siguen haciendo ruido en la vida de los lugareños. Las fiestas locales son eso, locales, y se respetan como tales; pocas trascienden, se vuelven famosas, se vuelven parte ya hasta del paisaje. Eso sucede con la Noche de Muertos en la comunidad purépecha de Michoacán.

Para muchos, no hay noche más emocionante que esta; noche más misteriosa, noche más lúgubre. Puede ser que comience incluso antes. Se dice que el 31 de octubre las brujas se juntan para el aquelarre anual. La leyenda indica que solamente la noche del 1 de noviembre las estatuas de Cervantes y de Don Vasco de Quiroga tienen permitido hablarse, frente a frente, en el Jardín de las Rosas de Morelia.

Qué mejor época para replantearse lo que se está construyendo en esta vida, para aligerar la carga, para reconciliarse con la muerte; para jugar con ella, para coquetearle, para reírse, burlarse de esa figura tan tenebrosa, tan misteriosa, tan temida, tan… tan…

El frío es básico. No hay celebración de Noche de Muertos sin gabanes o chipiturcos, sin sombreros de lana, sin bufandas. ¿Y qué sería de la celebración sin las Calaveritas de azúcar (si tienen nuestro nombre en la frente, mejor), sin las Catrinas, sin las flores amarillas, sin los panes con huesitos y azúcar encima, o sin los mercaditos de artesanías?

También hay que decir que es raro que haya celebración de muertos sin tumultos, sin curiosos, sin turistas con una o varias cámaras en mano; sin adolescentes borrachines, sin amigos queriendo trepar la estatua de Morelos en Janitzio, sin fiestas hasta el día siguiente, sin reuniones en Tzintzuntzan, sin música en las Yácatas, sin desmadre.

siriusfem, tradiciones


Pero todo comenzó con un rito ancestral, con un canto de recuerdo, de celebración a esos que nos han dejado. Un canto a la que se los ha llevado. Un grito a La Muerte.

El 1 de noviembre las poblaciones de la zona lacustre de Pátzcuaro se llenan de color, de luz; irónicamente se llenan de vida. Desde temprano, las personas llegan con ofrendas, flores (de preferencia Cempasúchil), juguetes, dulces, comida, fotografías, bebidas alcohólicas, chocolate caliente, hasta ropa… para, con todo esto, alzar un altar sobre la tumba de sus seres queridos. Por supuesto que la luz de las velas es la parte que más nos recuerda que estamos en un cementerio, o que en ese lugar se evoca a alguien que falleció.

Cada uno de los pueblos tiene sus propias celebraciones, pero las que destacan son las de Pátzcuaro, Tzintzuntzan y la isla de Janitzio.

Ese día, el primero del penúltimo mes del año, es cuando comienza todo. Por la mañana se recuerda en especial a los “angelitos”, es decir, a los niños muertos. La velación se llama “Kejtzitakua Zapicheri”. Los altares de los pequeños son un poco diferentes a los de los grandes, y para ser honesta, se siente más el hueco en la panza; se siente más el pesar de los duelos por los chiquitos. Hay juguetes, generalmente de madera (o los típicos luchadores de plástico duro), muñecas y dulces, muchos dulces.

siriusfem,

Los familiares ponen un altar con papeles de colores, la foto del ser querido, flores, velas y sus objetos favoritos en vida. Además, claro está, de la comida. No puede faltar el pulque consentido del muertito, o el pan dulce. Por la noche, la luz de las velas les indicará el camino a los espíritus que vienen, por una noche nada más, a visitar a sus vivos. La comida está ahí para ofrecerles un festín; los “del más allá” absorben el sabor de las bebidas y de los ricos platillos que se encuentran en el ese sitio exclusivo para ellos. Los rezos de los duelos se elevan para que su alma regrese en paz de un plano al otro, para comunicarles que piensan en ellos y, por supuesto, para que descansen en la eternidad.

Toda la noche es de vela, se escuchan los murmullos de las personas que recuerdan a los que ya se fueron. Se escuchan también los flashasos de las cámaras. Los olores de las flores, el chocolate caliente, el café, el alcohol, el pan, el mole o las decenas de guisados que acompañan a esas normalmente solitarias tumbas se mezclan, dando como resultado un inusual aroma, el aroma de este juego de Realismo Mágico, tan purépecha, tan mexicano, tan latinoamericano; tan nuestro.

Esa noche es de fiesta. Durante esa noche no hay espacio en el piso que no tenga pies, almas, lágrimas, esperanza, vida y muerte.

Así que si alguna vez deciden acercarse a Michoacán por noviembre, no duden en visitar algún panteón. Es posible hasta encontrarse a un alma famosa o incluso, encontrarnos a nosotros mismos frente a frente con “La Huesuda”, contándole alguna anécdota, algún chiste que le haga querer volver el siguiente año, pero eso sí, que ni se le ocurra llevarnos con ella.

Viajar solas y seguras

miércoles, 19 de agosto de 2009


Ahora le toca el a un tema que conozco bien: México recorrido por mujeres.

¿Han pensado cómo se puede ver México con lentes femeninos?

Recuerdo que hace un par de años unas amigas y yo fuimos a un bautizo a un pueblo cercano a Morelia. Íbamos en la camioneta de una de ellas y para mí era muy natural, pero para mis acompañantes no. Una mencionó que no le había dicho a su mamá que vendríamos puras mujeres solas en el auto, la otra que éramos algo así como valientes por viajar (¡¡¡a un pueblo a una hora de nuestra ciudad!!!) sin un hombre. Por un momento no lo pude creer, era como… irreal. En pleno siglo XXI, mujeres cercanas a mí, contemporáneas (treintañeras) y “modernas” no concebían el poder estar seguras por las carreteras del país (no quiero siquiera pensar en otras naciones).

Entonces, me puse a reflexionar si existe algún tipo de amenaza en contra de las damiselas frágiles y solitarias acechando después de cada curva. La respuesta fue no. Con esto no quiero decir que vivamos en un país cien por ciento seguro, no, no; pero hay que pensar en que incidentes pueden ocurrir en cualquier sitio y en que a ciertas horas y lugares hombres, mujeres o cetáceos debemos de tener cuidado. Es recomendable para TODOS tomar ciertas precauciones, pero eso no quiere decir que México sea un país especialmente peligroso para las aventureras.

siriusfem, mujeres viajando solas

Honestamente no me imagino tener que esperar a que un voluntario (masculino) levante la mano para planear un viajecito… ¿Se imaginan? “Hermano, ¿podrías ir conmigo a Pátzcuaro por un helado, con mis amigas y conmigo? Seguro te vas a aburrir, porque iremos hablando de hombres, hombres y hombres (para que el estereotipo sea todavía más fuerte, además de que siempre lo hacemos, ja), pero te necesitamos, por si se nos poncha una llanta o alguien nos ve feo.”

Momento, que no digo que los hombres no sean buenas compañías, ¡para nada! Sí que lo son, pero también conozco a muchas mujeres que viajan solas (sin otros/otras acompañantes) y todo va bien. Si existe algún incidente, tanto a ellos como a nosotras se nos puede complicar. Para eso, hay que cargar en la guantera los números telefónicos de los Ángeles Verdes, de la PFP y, por supuesto, de nuestra aseguradora. Esto, es si decidimos viajar en nuestro auto. (Ah, también asegúrense de traer crédito en el celular).

Afortunadamente en México existen buenas carreteras y autopistas. Yo les recomiendo que se compren una de esas guías del país que traen todos los caminos, hasta con kilómetros y mapas de las ciudades principales. Son una buena herramienta, para mí mucho mejor que los GPS, pero ahí cada quién.

En la mayoría de las casetas de cobro y gasolineras existen tienditas de abarrotes y baños públicos, pero no está de más traer papel de baño en el auto… por alguna emergencia. Establece tu ruta y no tengas miedo de tomar el volante y pisar el acelerador.

siriusfem, diversion

Una buena forma de darte una idea de qué es lo que verás en tu próximo destino, es visitar la página de viajes www.travelbymexico.com. Aquí encontrarás todo lo que necesitas. Léela con detenimiento e imprime lo que te parezca de más utilidad, por ejemplo: número de emergencias, datos de hoteles y oficinas de turismo, sitios recomendados, etcétera.

Date una idea general del lugar. También, échale un ojo a su blog, aquí podrás obtener algunas ideas como, -por supuesto- qué comer en los lugares que quieres visitar. Si vas a un estado desconocido para ti, sería una lástima que te perdieras de los sabores locales. Que no te dé miedo preguntar, recuerda, tu actitud es lo más importante, no te sientas desprotegida. Piensa que si en tu lugar de origen vas al mercado y a veces disfrutas unas buenas quesadillas sin sentirte en peligro, ¿por qué habría de ser distinto en otra ciudad de… ¡tu propio país!?

Ojo, que esto de tener todo planeado tampoco sea regla. El ir “puebleando” es una experiencia básica en tierras mexicas. Averigua un poco sobre la zona, es decir, una cosa es ser aventurero y otra ser ingenuo y descuidado.

Pero volviendo al recorrido, si optamos por viajar en avión o autobús, la cosa tal vez sea más sencilla. Hay que averiguar cómo llegar al destino que hemos elegido, desde el aeropuerto hasta el hostal/hotel/posada/casa donde nos hospedaremos, además de cómo movernos dentro de la ciudad. Afortunadamente México cuenta con un servicio de transporte público bastante eficiente (la leyenda cuenta que en Estados Unidos hay pocos camiones para pasajeros locales) y sitios seguros de taxis. ¡No dejes que el no tener un auto propio te detenga!

Tú dirás… ¿Hacia dónde dirigimos la ruta? ¿Hacia San Luis Potosí o Oaxaca? ¡México te espera!


PÁTZCUARO DE MIS AMORES (UN VIAJE AL PASADO II)

lunes, 10 de agosto de 2009


Retomando un poco nuestro viaje por tierras purépechas, estamos de camino a Pátzcuaro después de haberle dedicado un par de horas de nuestro día a Tzintzuntzan, el que con sus Yácatas nos dio la bienvenida a estos territorios.

Mireya, Sean y yo sólo pensábamos en ingerir los sagrados alimentos del día, así que al llegar a la ciudad lo primero que hicimos fue buscar un lugar donde sirvieran “menú” o, como se conoce en México (si eres de España, favor de creerlo) “comida corrida”, el cual generalmente incluye sopa, pasta o arroz, guisado, tortillas y agua; a veces (y si te portas bien) hasta postre; todo por una cantidad que puede ir entre los 25 y los 70 pesos. Encontramos un restaurantito justo en la calle que comunica las dos plazas más famosas del lugar. Nuestro amigo anglo-japonés se lanzó a la aventura y pidió lo mismo que nosotras: Sopa Tarasca, arroz, pollo con mole negro y flan (de cajita). El primer platillo es una mezcla entre sopa de frijol y de tortilla, con chile negro seco, crema y quesito desmoronado, ¡un manjar! De lo demás, ni qué decir, comimos tanto que tuvimos que caminar mucho para bajar el festín.

Ahora sí, bien servidos, nos dispusimos a recorrer los callejones, peleando de vez en cuando con ráfagas de lluvia. No sé porqué asocio Pátzcuaro con lluvia y amor, romance y muerte. Tal vez sea porque el clima es húmedo debido a su cercanía al lago, o porque aquí me re-enamoré de mi ex (al final no muy efectivo el pueblo), quizá porque en celebraciones de Día de Muertos no hay otro lugar en la Tierra mejor que Pátzcuaro para acercarte al mundo del culto a la muerte.

Estas tierras son un no tan silencioso testigo del pasado, mirando hacia el presente. Sus calles empedradas o pavimentadas, con edificios de estructura idéntica, blancos y marrón, con tejados en triángulo, con letreros lo menos llamativo posible, le dan la bienvenida al visitante.

Caminamos hacia la plaza Don Vasco (nuevamente Vasco de Quiroga se nos mete entre los pies) y nos sentamos en una de las grandes bancas. Por ahí un siriusfem, patzcuarogrupo de jóvenes le regalan al curioso (propio o extraño) la danza de los viejitos. Los niños miran atentos, sonriendo y tal vez creyendo que sí son ancianos los que bailan. Vendedores hippies ofrecen sus artesanías, sus joyas hechas con piedras extraídas de quién sabe dónde o cachivaches antiquísimos. No falta la señora que quiere que a fuerza le compremos alguno de sus manteles o carpetas, o la que quiera que Sean sea todo un macho, de esos de las películas de Jorge Negrete (con todo y sus ojitos rasgados) y nos conquiste, a las dos, con una rosa (para cada una, claro está). El vendedor de globos no puede faltar y el niño que hace berrinche para que la mamá le compre uno (¡de Pokémon, de Pokémon!) tampoco.

Visitamos el centro de atención turística y no sirvió de mucho. Nos metimos en algunas de las casas que rodean la plaza y sus patios centrales, coronados por arquería y macetas, nos hicieron enamorar aún más del sitio. La Casa de los Once Patios (de los cinco patios, actualmente) también es un lugar mágico. Entre artesanías, telares a la vieja usanza y rincones románticos disfrutamos de visiones del pasado mientras la lluvia coartaba nuestros ánimos de seguir caminando.

Cuando por fin el cielo se cansó, salimos por la calle que lleva directamente hacia la Basílica de Nuestra Señora de la Salud y que es uno de los caminos más bellos del mundo. Las iglesias con su apariencia viejísima y gente cargada de flores, los mercaditos de artesanías y los puestos de gelatinas con rompope nos recuerdan aquellos tiempos que sólo conocimos a través de los relatos de los tíos o abuelos.

La Basílica es grande, alta y es visitada por miles de fieles a lo largo del año asiriusfem, michoacan rendirle tributo y a pedirle a la virgen que les ayude en sus sufrimientos y los alivie.

Seguimos en nuestro recorrido y llegamos hasta la plaza de San Francisco. El extranjero encuentra totalmente “charming” el mercadito en donde las marchantas se pelean por el cliente y el olor a pescado nos hace huir.

Casualmente entramos a la biblioteca pública y nos atrapa. Es hermoso, con su gran mural y su techo altísimo, ¿quién hubiera imaginado un sitio así justo enfrente del lugar más atestado de transporte público, ruido y gritos de los alrededores? Junto hay un tianguis de artesanía que inmediatamente capta los flashazos de la cámara de Sean.

Después, llegó el momento de ir por la famosa nieve de pasta. En el portal Hidalgo sobrevive una de las tradiciones más antigua de la zona, la de las nieves. Hace más de cien años un lugareño, don Agapito Villegas, inventó la secreta fórmula que ha pasado de generación en generación y que ha conquistado los paladares de casi todos los visitantes. Nos lanzamos a la aventura helada y casi lo logramos, sólo faltó un cuarto para terminar el vasito, “demasiado dulce”, decimos.

Subimos al Cerro del Estribo desde donde la vista del lago y de la isla de Janitzio es fantástica. Pero lo que se lleva la tarde es otra cosa. Nos detenemos a disfrutar y algo nos llama la atención; un toro anda suelto cerca de nosotros. Al parecer se siente solo y quiere hacer amigos, por lo que se nos para enfrente y trata de coquetearnos. Lo logra por momentos, pero no nos arriesgamos demasiado y decidimos retirarnos.

Es hora de marcharnos, la luz se está extinguiendo. Nos llevamos un buen recuerdo de la deliciosa comida ingerida, nos llevamos un pedacito de Pátzcuaro en nuestras cámaras y nuestros corazones.

Hemos aprendido que bien vale la pena conservar las tradiciones, respetarlas para al final, poder, todos, disfrutarlas. Así es Pátzcuaro, un lugar donde la tradición no ha muerto… aunque la huesuda “Catrina” nos diga lo contrario.

P.D.: “La Catrina” es la representación de la muerte, es un esqueleto de mujer elegantemente vestida y famosísima en la época de Noche de Muertos. Surgió de la mente del artista mexicano José Guadalupe Posadas.

Un viaje al pasado, entre pirámides

lunes, 3 de agosto de 2009


Recorrer Michoacán es toda una experiencia. Y no sólo hablo de encontrar el autobús que nos lleve al destino, de viajar con pollos junto a nosotros (en caso que viajemos en tercera) o de no olvidar la música adecuada para el trayecto, si optamos por automóvil. Este estado ofrece un maravilloso abanico de posibilidades, de colores, de aromas, de sabores, de sonidos.

Cuando eres oriundo de estas tierras, en realidad no adviertes los grandes árboles que te ofrecen su sombra para descansar, o cuán buena y variada es la comida. Mucho menos te ocupas de conocer la historia y saber quién fue el famosísimo don Vasco de Quiroga. Así que decidimos dejar detrás nuestra ignorancia y lanzarnos a la aventura al ritmo de una pirekua (música típica purépecha) a todo volumen. Dos mexicanas y un anglo-japonés nos cargamos con cámaras, algo de dinero y zapatos cómodos para visitar dos lugares importantísimos en Michoacán: Tzintzuntzan y Pátzcuaro.

En este estado ubicado en el centro-occidente de México habitó el gran imperio Purépecha. Dichos guerreros no fueron derrotados ni por los poderosos aztecas, y eso que lo intentaron en varias ocasiones. La conquista por parte de los españoles se realizó de forma pacífica, algo así como una negociación, apoyada en gran medida en la conversión religiosa. Distintas congregaciones de sacerdotes arribaron desde la Madre Patria a estas zonas “olvidadas por Dios”. Hubo de todo, xenofobia, explotación, esclavitud y buenos personajes que se ocuparon de integrar a los indígenas al recién creado Virreinato. Uno de esos buenos hombres fue precisamente un cura español, quien llegaría a ser el obispo de Michuacan, Vasco de Quiroga. Él creó un sistema llamado “hospitales”, en donde no sólo se atendían las enfermedades de ibéricos, mestizos e indígenas, sino que se les daba refugio a estos últimos y se les enseñaba a crear maravillosas obras de arte con sus manos, utilizando como materia prima elementos de la región. Tal vez es por esto que Michoacán es una de las entidades donde aún se pueden encontrar una gran variedad de artesanía original.

Viajamos de Morelia por la autopista hacia Pátzcuaro y nos desviamos sólo unos kilómetros antes de llegar. Tzintzuntzan es un pueblito pequeño y pintoresco, en donde se pueden encontrar artículos divinos a precios aún más atractivos. Pero nuestra primera parada no fue el mercado sino la zona arqueológica del lugar.

Dos profesoras mexicanas entran gratis, un estudiante extranjero tiene que pagar 30 pesitos. Visita obligada al baño (limpitos) y un sitio vacío, exclusivo para nosotros tres.

La vista es espectacular. Verdísima vegetación a nuestro alrededor, pirámides rectangulares y circulares (llamadas Yácatas), el pueblo un poco más abajo, a nuestros pies, y montañas enmarcando el Lago de Pátzcuaro. Benditas cámaras digitales, nos dan “deditis” y casi hacemos una caricatura con tooodas las fotos que tomamos.

Nuestro primer impulso, claro, es escalar las pirámides, tratar de encontrar una subida segura entre todas las piedras que se alzan para formar la estructura… a pesar de que dice “no subir”. El diablito a nuestra izquierda nos incita a hacerlo, el angelito a la derecha nos dice que si lo hacemos estaremos contribuyendo a la destrucción lenta del sitio (¿o tal vez será que la estructura es débil y podemos caer a la tumba de algún rey o Caltzontzin al puro estilo de Indiana Jones?) Finalmente traspasamos el permiso para un par de fotos y bajamos el escaloncito a prisa para evitar ser detenidos por las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Nuestros pies están mojados por el pasto, por lo que aprendimos que debemos de traer botas y no tenis… pero no nos importa. La energía es fuerte y no nos queremos ir. Nos sentimos tranquilos, en paz… poderosos. El lugar es mágico; una mezcla entre sublime y armonioso. Lo que me parece increíble es que esté vacío y me pregunto cuántos mexicanos han visitado esta zona, han disfrutado este paisaje, y no vale la noche de muertos, cuando cientos de adolescentes alcoholizados parrandean por aquí y por allá.

Así, terminamos nuestro recorrido por las Yácatas y nos dirigimos al centro del pueblo. Como decía al principio del texto, el mercado de artesanías es un sueño hecho realidad: vivos colores, chúspata (tule o “mimbre”) en forma de canastos, adornos navideños, alcancías, botes de basura, sombreritos y sombrerotes; vajillas de cerámica y de barro, juguetes de madera, zapatos, perros callejeros… ¡ah!, eso no es parte de las artesanías, pero sí del folklore de todo poblado mexicano que se digne de serlo.

De ahí pasamos al monasterio franciscano del siglo XVI, un lugar encantador y rodeado de un aura mágica. Cuenta con una cruz atrial que encaja perfectamente con el paisaje definido por las casas de tejas rojas. Ahí también se encuentra una antigua estatua de Don Vasco, una capilla abierta, en donde se celebró misa por primera vez en Michoacán y los árboles con la apariencia más antigua que he visto, que te dan la impresión de estar ahí desde antes de la época del Imperio Purépecha… no sé, parecen árboles abuelos.

- ¡Una autofoto!, sonríe Mireya, abre los ojos, Sean.

A esa hora la tripa ya hacía ruidos extraños y, después de comprar unas cuantas gangas, encaminamos nuestra marcha (y nuestros vacíos estómagos) hacia Pátzcuaro, donde más sorpresas nos aguardaban.

Continúa…